Entrevistas

Diasniurka Salcedo: “Es tanto lo que han hecho que no hay modo de que paguen”

Por: Leonardo Fernández Otaño

Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia (42 años) es una de las últimas activistas cubanas a las que el régimen de La Habana ha obligado a exiliarse. Salió del país en enero de 2024. «Era eso o entrar a prisión a cumplir una injusta sanción de ocho años que, a pesar de las apelaciones, de nada sirvió”, escribió entonces en Facebook en alusión a la condena que le puso un tribunal cubano por los presuntos delitos de “ultraje a los símbolos patrios” -porque las autoridades encontraran en su casa una bandera con la frase “Patria y Vida”- e “instigación a delinquir” -por transmisiones de protesta y denuncia en sus redes sociales. 

Salcedo Verdecia lleva más de una década implicada en el activismo político. Empezó a inicios de la década de 2010, cuando fue encarcelada por denunciar una mala praxis médica con consecuencias serias para su hijos. Más recientemente, trabajó como promotora del proyecto comunitario “Casa a Casa”, que repartía donaciones en localidades de Artemisa, provincia donde vivía. Por esta razón, en septiembre de 2020, en Alquízar, policías la golpearon, desnudaron y le quitaron su teléfono, así como el dinero y los medicamentos que llevaba encima. Dos meses después, denunció haber sido abusada sexualmente por parte de dos agentes de la Seguridad del Estado durante una detención. 

Menos de dos meses antes de exiliarse, Salcedo Verdecia acompañó a varias madres cubanas a protestar ante el Ministerio de Salud Pública por la desatención médica que enfrentaban sus hijos. Poco después, Salcedo Verdecia sufrió un acto de repudio frente a su casa y fue amenazada con perder la custodia de cinco niños huérfanos e hijos de padres presos que tenía viviendo con ella. 

Desde Hialeah, Miami, donde vive actualmente, Salcedo Verdecia responde algunas preguntas del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas sobre el tiempo que pasó recluida en la Prisión Mujeres de Occidente (El Guatao), entre 2012 y 2013. 

¿Por qué motivo estuviste presa?

Yo tengo un único hijo biológico que se enfermó de un cáncer en el brazo. Lo operaron y el exceso de tratamiento le provocó una leucemia linfoblástica aguda. Eso hizo que yo fuera a protestar al Consejo de Estado. Allí me maltrataron verbalmente, me dijeron que estaba saltándome escalones y que no había solución para mí. Dejé unas cartas de comparecencia y regresé muy indignada a mi casa. Acto seguido vino la policía y me dijo que estaba bajo arresto. Me llevaron para [la estación de] Artemisa y el instructor me dijo que me iban a procesar por supuestamente no preservar los bienes del Estado. Decía que en años anteriores, estando yo en mi trabajo, habían ocurrido ciertas cosas que yo tenía que haber denunciado, que el que yo no las hubiese hecho no me exoneraba. Fue una situación bien dura porque mi único hijo estaba en medio de un tratamiento de quimioterapia. En el juicio me sancionaron a varios años de privación de libertad, pero me mandaron para la casa y me dijeron que ellos me iban a llamar a cumplir cuando entendieran. Pero el 16 de agosto del 2012 yo preparé mis cosas y me presenté ante el Tribunal y dije: “¿Ustedes dicen que yo cometí un delito? Yo vine a cumplir y de aquí no me voy”.

¿Qué sucedió después?

Me dejaron un día y medio en los calabozos porque no tenían transporte ni nada. Después me llevaron para el Guatao (Prisión Mujeres de Occidente). Supuestamente no había espacio en el colectivo que me correspondía, que es donde están las reclusas primarias, de delitos comunes. Me llevaron para el destacamento de severidad, el colectivo más malo dentro de la prisión del Guatao.  

¿Cumpliste tu sanción? 

No. Seis meses después de ingresar en el Guatao me pasaron para el campamento Ceiba 4 por mi conducta, porque nunca me dio la gana de participar en ningún acto político. Allí estuve varios meses, hasta que me llevaron para una sala de penado. Poco después, el 29 de agosto de 2013, me dieron licencia extrapenal.

¿Por qué te dieron licencia extrapenal? 

Porque un día, estando en el campamento, veo a un gato que había tumbado la tapa de un contenedor y estaba comiendo de la comida de mis compañeras. Traté de ahuyentarlo pero el gato se viró, me arañó y me mordió. Yo traté de lavarme la herida, pero no tenía las condiciones, y soy diabética. La herida empezó a empeorar y en el penal me negaron las visitas y el teléfono para que mi familia no se enterara de nada. Otra reclusa llamó a mi esposo. Él fue pero no le permiten verme porque ya yo tenía el pie negro, se me estaba pudriendo, básicamente. Lo único que hacían era meterme el pie en una cubeta con agua sin hervir. Por eso me mandaron a la sala de penados del Hospital Salvador Allende. Al final me tuvieron que dar la licencia extrapenal porque estuve a punto de perder mi pie.

¿Cuando ingresaste a prisión te hicieron exámenes médicos? 

No. Yo soy hipertensa, además de diabética dependiente de insulina. Cuando estuve descompensada de la diabetes, me llevaron a una única consulta. Ahí descubrieron que tenía problemas del corazón, pero nunca me llevaron a otras consultas, supuestamente por falta de combustible. También hice una pancreatitis debido a cálculos vesiculares que no me atendieron porque no había insumos. Después, los médicos me detectaron un supuesto cáncer de páncreas. Había que hacerme pruebas invasivas pero ellos me decían que no estaban seguros de que yo pudiera asimilarlas. Fue cuando decidí no seguir atendiéndome con ellos. Desde entonces el abdomen se me hincha y vomito, por lo que estoy esperando a tener todos mis documentos en orden para empezar mi tratamiento aquí [en Estados Unidos] y descubrir la verdad. 

¿Cómo era el acceso a los medicamentos en el Guatao?

Cuando tú entras, ellos te hacen una ficha para saber de qué padeces y qué debes tomar. Pero la mayoría de las veces los medicamentos no estaban en existencia y de contra ellos ponían dificultades para dejarlos entrar cuando las familias nos los llevaban. Muchas veces caí en crisis de diabetes por eso. Me imagino que sea peor en estos momentos, por la escasez tan grande que hay. Ellos realmente te atienden cuando lo tuyo ya casi no tiene solución, como fue mi caso, que casi pierdo mi pie. 

Hablemos de cómo era el día a día en tu galera del Guatao. 

Éramos alrededor de 12, 15 reclusas en un espacio pequeño donde nunca se apagaba la luz. Estaban las literas unas enfrente de las otras y un pasillo en el medio, con taquillas. Cada galera tenía sus baños, con cuatros duchas e inodoros, pero de esos cuatro inodoros muchas veces solo funcionaban uno o dos. Todo lleno de sarro, churroso.

¿Te sentiste discriminada en la prisión? 

Por supuesto. Ellos utilizan a las presas más violentas para que repriman a las que, como yo, estábamos por un delito amañado por la Seguridad [del Estado]. Yo tuve muchas vivencias de represión por parte de las mismas reclusas.

¿Puedes contarnos algunas?

Yo dormía en la última cama de mi galera, arriba. Abajo dormía una reclusa, Bárbara Cuervo, que había quemado a sus niños porque se habían comido los espaguetis de su esposo, una reclusa que llevaba muchos años ahí y a la que no le importaba nada. El primer día, cuando llegó el momento de acostarme, me tocó por el hombro y me dijo que me bajara de la cama porque a ella nadie la podía molestar. Bajé mi colchón y dormí en el piso, pero durante toda la noche estuve pensando que no, que yo tenía que dormir en ese espacio. En la mañana coloqué mi colchón y me acosté. Cuando me volvió a tocar por los hombros le dije que podía hacer lo que quisiera, pero que ese era mi espacio y no me iba a dejar amenazar. Me amenazó con que no fuera sola al baño. Estuve más de 15 días sin orinar en toda la noche. Una vez desperté con mi pelo cortado. Otras veces ensuciaron mis sábanas con heces. Una tiene que ponerse fuerte allí.  

¿En las prisiones para mujeres las funciones de vigilancia la realizan otras mujeres?

No siempre, también hay hombres. Hay médicos, muchachos que pasan el servicio militar, oficiales que intentan aprovecharse de la situación y de su cargo. Yo compartí galera con muchachitas que eran abusadas por los oficiales y no hablaban por temor.

¿Te ofrecieron en la prisión la posibilidad de estudiar o trabajar?

Ofrecían cursos de peluquería y esas cosas. A veces a algunas reclusas les permiten impartir clases por su nivel de conocimiento, pero a mí nunca me lo permitieron. Tampoco permitían que tuviera mucha comunicación con otras reclusas. Sí me ofrecieron trabajos de limpieza en hospitales. Era como que una forma de humillarme, pero yo lo aceptaba para poder salir y comunicarme con mi hijo. Siempre me pusieron en salas de legrado, donde tenía que lidiar con cosas muy sensibles para mí, cosas [relacionadas con abortos] que no soporto. El dinero por ese trabajo va para la prisión y es, supuestamente, con lo que ellos pagan la alimentación y el aseo que te dan, que por lo general lo daban días antes de que fuera una visita al penal. De lo contrario, no te daban nada.

¿Cómo era la calidad de la comida? 

Horrible. Lo mismo podías encontrarte una alita de cucaracha que un arroz o una pasta mal cocinada. Daban carne una vez a la semana y podías encontrar el pollo con sangre adentro, porque no estaba cocinado. También servían un sopón tan desagradable que da grima recordarlo. Una vez encontraron un ratón muerto dentro de la nevera.

¿Recibiste tú o alguien de tu entorno un trato hostil por parte de los oficiales?

Sí. De hecho, una vez las reclusas fueron muy maltratadas, por lo que decidieron hacer un motín. Le prendieron candela a los colchones de esponja. La guardia se puso nerviosa o sintió temor de que al abrir la reja la metieran para adentro, y no nos abría la reja pese a que nos estábamos asfixiando. Yo corrí y me metí dentro de un tanque, pero me acordé de que había una reclusa mayor que padecía de asma. Salí, la busqué y la metí a ella en el tanque hasta que nos abrieron la reja. Ya casi que no podía caminar de la asfixia. No falleció nadie pero fue algo bien fuerte. Esa vez sentí la muerte pegadita a mí.

Otra vez quise pasarle un pedazo de pan con bistec que me había llevado mi esposo a Odalis, una reclusa que no tenía familia y que trabajaba conmigo, y cuando la oficial se dio cuenta la obligó a botar el pan porque supuestamente eso era una indisciplina. Cuando le dije que no era justo, me dijo que mejor me callara, porque de lo contrario iba a terminar en una celda de castigo, que fue lo que sucedió. 

¿Cómo era la celda de castigo?

Era un espacio reducido con una cama de cemento. A las diez de la noche te entregaban un colchón sucio, con un forro asqueroso, sin sábana, que recogían a las cinco de la mañana. El resto del tiempo estaba sobre el cemento. Al lado de la “cama” hay un huequito para tus necesidades. La puerta es de hierro, con una rejilla por donde te pasan la bandeja de alimentos. Allí no ves la luz del sol, hay mucha humedad. Entran cucarachas. Allá mandan a quienes se niegan a participar en actos políticas, cometen indisciplinas, se fajan, le responden mal a los oficiales. 

¿Te interrogaron agentes de la Seguridad del Estado mientras estuviste recluida? 

Varias veces. La primera fue mientras estaba trabajando en el hospital. Un agente fue hasta allá, me llevó a una oficina y me dijo que si seguía protestando en la prisión me iban a trasladar a otra más distante. Después me interrogaron otras dos veces más en el penal y una última en la sala de penados del Hospital Salvador Allende. Allí también me reprimieron. Iba una visita del Ministerio de Salud Pública al hospital y me amenazaron para que no dijera por qué tenía mi pie en aquellas condiciones. 

¿Sufriste torturas en prisión?

Después de ver lo que yo estaba pasando, mi padre le hizo un rechazo total al comunismo. Un día, mientras estaba trabajando en el Hospital González Coro, lo llamé y le pregunté por qué no iba a visitarme a la prisión. Me dijo que no tenía valor para verme vestida de presa. Le reclamé, le dije que era un cobarde y que por encima de todo tenía que pensar en que yo tenía deseos de verlo y abrazarlo. Terminé llorando y pasé la noche muy contrariada. Al despertarse al otro día, mi padre tuvo un infarto. No rebasó esa conversación. Sobre las nueve de la mañana me dijeron que tenía que ir a la oficina del oficial de guardia. Cuando llegué, vi a mi esposo con la cabeza baja. Le pregunté qué pasaba. Me agarró por los hombros y me dijo: “se murió tu papá”. Yo me morí con él. Salí arrastrándome de la oficina. Me inyectaron y me llevaron a la enfermería. Me cuesta recordar porque estuve varios días sedada. A mi padre lo tuvieron cuatro días en congelación y a mí no me permitieron ir al entierro. Para mí no hay peor tortura que esa. Desgraciadamente muchos presos políticos pasan por esto. Es tanto lo que han hecho que no hay modo de que paguen.

¿Te colocaron alguna vez esposas u otros medios para inmovilizarte? 

Me esposaron para llevarme desde mi colectivo hasta la celda de castigo. Me torcieron las manos hacia atrás y me colocaron las esposas bien apretadas. Yo pensaba que no podía aguantar más el dolor, estuve varios días con las marcas en mis manos. Ese también es un método de tortura porque al tenerte con las manos amarradas, atrás, tú te sientes desprotegido.

¿Presentaste alguna queja por todas estas cosas? 

Presentamos quejas yo y mi esposo, en el órgano de Prisiones, por los malos tratos a mi persona, por no haberme concedido la licencia extrapenal a tiempo, porque los animales comían de nuestra comida. Esa última queja provocó una visita del Ministerio del Interior y que en la prisión levantaran una cerca para impedir que los animales entraran. Pero a los oficiales no les importaba nada, realmente.

¿Fuiste llevada a juicio disciplinario alguna vez?

Sí, por no acudir a los actos políticos. Primero vino la reeducadora a informarme que podía ser llevada a corte disciplinaria. Le dije que podía ponerme en la lista porque yo iba a seguir sin participar porque estaba allí injustamente. Luego vino el juicio. Ellos van por los colectivos diciendo los nombres de las personas que van a corte, como se le dice. Ahí van todos los directivos del penal, la reeducadora. Ellos te dan la oportunidad de que te arrepientas. No fue mi caso. Dije que no iba a participar en actos políticos porque no creía en el sistema. Después ellos se quedaron hablando y al final me dijeron que iba 21 días para una celda de castigo.

¿Tenías comunicación regular con tu familia? 

Pasaba mucho trabajo porque ellos tratan de evitar las llamadas para que uno no denuncie ni dé información a los familiares. Cuando tuve el accidente con el gato, estuve más de 20 días sin poder hablar con mi familia. Ellos prohibieron las llamadas para evitar que les dijera lo que estaba pasando.

¿Supiste de alguna muerte o intento de suicidio en la prisión?

De varias. Maritza, una reclusa de delito común, falleció por falta de atención médica. Marisela Pacheco igual. Eran personas que tenían enfermedades pero no eran atendidas ni medicadas correctamente. 

¿Tus familiares sufrieron alguna consecuencia por tu encarcelamiento?

Todo el tiempo. Mi esposo nunca más pudo trabajar. Fue considerado “no confiable”, un abogado que ama su profesión. Gracias a él ellos no pudieron más conmigo, porque él me guiaba para evitar peores consecuencias.

***

Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.

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