Entrevistas

Alejandro González Raga: “Las cárceles cubanas son una versión de las soviéticas, no hay posibilidad de humanizarlas”

Por: Leonardo Fernández Otaño

Alejandro González Raga fue uno de los 75 opositores cubanos encarcelados en 2003 por el régimen de Fidel Castro en lo que se conoce como la Primavera Negra. En ese momento trabajaba como periodista independiente y era miembro del Movimiento Cristiano de Liberación, entonces en el ojo público por impulsar el Proyecto Varela. “El Proyecto consistía en solicitar al gobierno algunos cambios económicos, políticos y electorales de manera general, así como la libertad de los presos políticos que no hubiesen participado en hechos de sangre”, recuerda.

Tras su detención, González Raga enfrentó un juicio sin garantías y pasó los siguientes cinco años recluido en tres prisiones cubanas. En 2008, se convirtió en uno de los primeros presos de la Primavera Negra exiliados forzosamente a España, donde vive hasta el día de hoy. 

Autor del libro Prisión, Pasión y Destierro (memorias de un prisionero político cubano), González Raga es también Director Ejecutivo del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, una organización que recopila datos y denuncias de violaciones a los derechos humanos en la Isla. 

Este texto forma parte de una serie de entrevistas realizadas por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas para registrar la experiencia de personas que han sido privadas de su libertad y contrastar la información oficial sobre la vida en las prisiones de la Isla.

Hablemos de sus inicios como opositor del castrismo. 

Después de la caída del muro de Berlín, muchos de nosotros empezamos a pensar que si el Gobierno no hacía cambios, teníamos que proponerlos. Ya en los noventa le mandaba cosas a los presos políticos. Luego me uní al Movimiento Demócrata Cristiano de Camagüey y a la Fundación Cubana de Derechos Humanos. Después, yo y otros creamos el Movimiento por los Derechos Humanos “10 de diciembre”. Más tarde empezó el Proyecto Varela y para mí fue algo automático. Me incorporé al Movimiento Cristiano de Liberación como miembro pleno y fui responsable del Comité Gestor en Camagüey, Ciego de Ávila y parte de Las Tunas. Al mismo tiempo, hacía algunas crónicas para Radio Martí. 

¿Cómo fue su detención?

La redada de la Primavera Negra comenzó el 18 de marzo de 2003. En mi caso, estaba reunido en casa de un amigo del Movimiento Cristiano de Liberación, en Camagüey, con Harold Cepero Escalante —que años después murió junto a Oswaldo Payá— y otros muchachos de la Universidad de Camagüey que se interesaban por la vida política del país y habían firmado el Proyecto Varela —por lo que fueron expulsados después. Nosotros habíamos armado en la provincia un movimiento interesante con personas de la Iglesia y la universidad. Tal vez por eso el Gobierno decidió encarcelarnos. 

¿Qué pasó después?

Me llevaron para la sede de la Seguridad del Estado en Camagüey. Tardaron como cuatro o cinco días para decirme por qué estaba preso. Así funciona el aparato político y militar de Cuba. No me informaron derechos ni nada. Me sacaban de la celda, me llevaban a un cuarto, encendían una luz y el aire acondicionado y empezaban a interrogarme. Siempre me preguntaban por Oswaldo Payá, como buscando alguna información con la que irle arriba. Al abogado lo vi el día antes del juicio, por la noche. Me dijo que no había nada que hacer. Todo estaba decidido. Me solicitaban 18 años de cárcel [por supuestamente atentar contra la soberanía y la integridad nacional], pero en el juicio me los bajaron a 14. 

¿A qué prisión lo mandaron?

El primer año lo pasé en una celda de aislamiento en la prisión de Canaleta, en Ciego de Ávila. De ahí me llevaron a Kilo 8, en Camagüey, que en ese momento creo que era la prisión cubana de máxima seguridad. Ahí estuve en un cubículo seis, siete meses con unos criminales, y luego me pasaron para Kilo 7 (Camagüey). En general, yo fui el que más cerca estuvo de su casa de los cuatro presos camagüeyanos de la Primavera Negra. 

Hablemos de ese primer año en una celda de aislamiento. 

Estaba en un pasillo en el que había decenas de celdas de aislamiento. Yo estaba en una, luego había tres vacías de por medio, en la cuarta estaba el siguiente preso, y así. Mi celda tenía el ancho de mis brazos estirados a los lados, entre 1.30 y 1.40 metros, más o menos, y entre 2.30 y 2.40 metros de largo. Había una plancha de hierro con un colchoncillo y al lado el turco, un hueco en el piso para hacer tus necesidades. Atrás había una ventanilla con una contrachapa por la parte de afuera. Circulaba algo de aire, aunque uno sudaba como un pollo. Tampoco se podía ver el exterior. Había que tener el bombillo encendido las 24 horas para poder ver con cierta claridad. Incluso suponiendo que hubiéramos cometido un delito —que no lo hicimos, porque recoger firmas para una petición y entregárselas a la Asamblea Nacional del Poder Popular no es algo sancionable— no era para que nos metieran en celdas de aislamiento. La visita conyugal era dos veces al año, la familiar, tres. Recuerdo a un hombre que violó a una mujer, la mató y le pasó por encima con un tractor: tenía más visitas que yo. Los de la Seguridad iban a verme a veces. 

¿Cómo era en Kilo 8 y Kilo 7?

En Kilo 8 estaba en un cubículo con otras siete personas. El espacio era de 2.50 por 4 metros, aproximadamente. Alante una reja, atrás, el baño, con un turco y un tanque para el agua; y una ventana. Un hacinamiento bastante notable. En Kilo 7 estuve en un destacamento con más de 150 personas. Algunas tenían que dormir en el piso. El baño tenía cinco turcos y un tanque un poco más grande de agua. Las condiciones higiénicas eran malas. Había cucarachas, ratones, insectos que caminaban por encima tuyo, pero lo más que hacían era fumigar con petróleo o darle cal a las paredes. La limpieza cotidiana dependía de los presos. 

¿Cuando llegaba a estos centros las autoridades le informaba sus derechos?

No, los conocí por mi abogado, que es amigo de la familia, y por otro preso que era ayudante del jefe de destacamento y transcribió escondido el Reglamento de Prisiones. Nunca se lo pedí a las autoridades porque al final ellos siempre imponen su voluntad. Apelar al reglamento es una gestión inútil. Por no saber, no sabía ni el número que me habían asignado en la prisión, porque allá dentro pierdes tu nombre.

¿Se sintió discriminado en prisión?  

El hecho de que estuviera preso por ayudar a impulsar una petición que en cualquier país medianamente democrático no constituiría un acto probatorio de nada, es discriminación política. Por mis ideas religiosas no sé si podría afirmar que fui discriminado, pero sí había cierta animadversión por parte de las autoridades a facilitar nuestro contacto con los sacerdotes, y eso que la Iglesia Católica es la que más presencia y autoridad tiene para este tipo de cosas en Cuba.

¿Convivió con personas que tuvieran discapacidades o necesidades especiales?

No convivía directamente con ellos, pero sí los veía. Personas inválidas, en sillas de ruedas, sin algunos miembros, ciegas. Los tenían aislados del resto de la población penal, no sé si para que no abusaran de ellos. También había muchos mayores de edad. En Cuba cumples hasta el último año de tu condena, sin importar la edad. 

¿Cómo era el acceso a la salud? 

El caso nuestro fue muy seguido por la prensa internacional y eso era un inconveniente que el gobierno cubano no se podía permitir. Había cierta preocupación por dar al menos la impresión de que éramos bien atendidos, lo cual es una estupidez, porque estábamos presos sin razón. Pero al menos yo sí tenía atención médica. Cuando el médico iba —porque no había uno de manera permanente en la prisión—, si yo levantaba la mano, siempre me llevaban. Una vez me vio un psiquiatra porque era tanto el calor en la celda que perdí el control y salí al patio a protestar. Pero insisto en que yo no soy un referente, porque a nosotros trataban de callarnos con un trato diferenciado. Muchos presos tenían que hacer hasta huelgas para que los atendieran. De hecho, a veces yo tenía que hablar con la gente de la Seguridad del Estado para que intervinieran. 

¿Era satisfactorio el acceso a los medicamentos?

No, los medicamentos ya faltaban muchísimo desde esa época. Yo nunca tuve escasez porque me los enviaban del extranjero. Al contrario, los compartía con los demás presos.

¿Le facilitaban artículos de aseo?

Te daban un jabón de lavar y uno de baño, más chiquito. Cada tres meses, un tubo de pasta de dientes. Si no tenías cuchilla para afeitarte, tenías que compartir una con otros presos, con todos los riesgos que eso conlleva.

¿Les daban ropa personal y de cama?  

Nos daban un short y una camisa sin mangas cada seis meses, y un invierno repartieron enguatadas. Por lo general, dejaban que uno usara ropa civil porque ellos no podían garantizar un vestuario adecuado todo el tiempo. Yo andaba con un pulóver y un mono deportivo. Ropa de cama no me dieron. Me la llevaba mi familia. Cuando ellos se acordaban, recogían la ropa para llevarla a la lavandería. Cuando no, tenía uno que lavar su ropa como pudiera. 

¿Qué hay de la comida?

El desayuno era un pedacito de pan y un poco de agua con azúcar o una infusión. De comida: arroz, un poco de agua de chícharo, picadillo de soya, ese tipo de cosas. Cada quince días daban una “comida especial” que era un poco mejor: arroz amarillo con una vianda, casi siempre un pedazo de yuca, muy duro; alguna ensalada y un pedacito de pollo. Yo tenía una dieta porque soy hipertenso pero recibía la misma comida, solo que sin sal. A veces llevaban tencas y como no había dónde guardarlas, las colgaban del techo. Ahí cogían gusanos, pero así mismo las cocinaban.  

¿Les colocaban a los presos esposas u otros medios para inmovilizarlos? 

A mí me llevaban al médico con las esposas delante. En la zona de aislamiento utilizaban camisas de fuerza cuando había algún preso alterado. También los esposaban a una cama, a veces sin colchón, o los engrilletaban a las rejas de la celda cuando había alguna revuelta o desobediencia. Incluso acudían a las golpizas. Una vez le estaban dando una tunda a un preso homosexual y me metí porque me parecía injusto. Cuando un guardia reduce a un preso a la obediencia no tiene por qué avanzar más en el castigo, ya eso es brutalidad policial. Pero a veces los guardias se ensañan con un preso. Cuando las golpizas son muy brutales, pueden hasta trasladarlo de prisión para que nadie se entere. A mí un guardia me tiró una vez un martillo de hierro a la cabeza. Si me alcanzaba, me mataba.

Además de lo que ya ha contado, ¿recibió más tratos hostiles de oficiales de prisión? 

No sé si llamarlos hostiles o si más bien solo querían marcar una distancia. Ellos también tenían miedo de sufrir alguna represalia si alguien creía que tenían algún tipo de simpatía por nosotros. Porque no es una relación de amistad, pero cuando te bloquean todos los caminos y te establecen una sola vía de comunicación, evidentemente creas un vínculo, aunque insisto, no es de amistad. 

¿Presentó alguna vez una queja dentro de la prisión?

Cada vez que tenía un problema, el funcionario de la prisión me decía que eso tenía que hablarlo con Ernesto, el oficial de la Seguridad del Estado que se encargaba de mi caso. Pero luego Ernesto tenía que consultarlo con un teniente coronel. Era un absurdo legal quejarse por algo. 

¿Tenía comunicación regular con su familia?

Tenía acceso al teléfono todos los jueves, quince minutos, con un guardia al lado. Pero incluso así hacía mis denuncias. Las cartas tenía que entregárselas abiertas, para que ellos pudieran leerlas antes. También leían las que me enviaban. A veces nos llevaban el Granma, pero por lo general no nos daban mucha prensa. Una vez me suspendieron una visita porque un guardia de la prisión quería que me pusiera la ropa de preso, algo que no me exigían para estar adentro. Nos tiramos unos golpes y me suspendieron, pero me dieron la visita unos días después. 

¿Sus familiares sufrieron algún tipo de consecuencia por su encarcelamiento?

A mi hermano intentaron echarlo de su trabajo pese a que no había cometido nunca una falta. A mi esposa la vigilaban constantemente en el trabajo. De hecho, una de sus jefas se volvió literalmente loca. Parece que tenía miedo de que en una de esas la cogieran a ella en algún error y la metieran presa. A mi hermana la citaron a la policía por hacer declaraciones.

¿Cree que la administración penitenciaria cubana tiene la intención de reducir al mínimo las diferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad?

No, no hay la intención. Las cárceles cubanas son una versión de las soviéticas. Están concebidas para castigar. No hay posibilidad de humanizar eso. Respecto a nuestro caso, evidentemente se perdió la perspectiva porque no éramos criminales. Yo vi siempre mi encarcelamiento como un castigo inmerecido e innecesario. 

¿Presenció alguna muerte o intento de suicidio bajo custodia del Estado? 

Una vez un muchacho del destacamento se ahorcó en el baño con unos cordones de zapatos. Después un preso mató a otro por un pedazo de pollo.

Hablemos de su salida. 

Yo fui uno de los primeros cuatro presos de la Primavera Negra que salieron de la cárcel para el exilio. Fue el 14 de febrero de 2008. El día antes había fallecido mi madre y me habían llevado a la funeraria. Es una de esas cosas que digo que aunque las hagan no tienen sentido si te tienen en prisión injustamente. Yo tenía que haber vivido esa última etapa de mi madre con ella en casa, no en la cárcel. Al otro día por la mañana me fueron a buscar. Me llevaron a la dirección del penal y me pusieron ante la disyuntiva de irme o cumplir los nueve años que me quedaban. Dije que tenía que hablarlo con mi familia y me dieron el teléfono. Ya ellos les habían dicho a mis familiares que estuvieran en casa ese día. Fue una decisión que tuvimos que tomar todos, no solo yo. Puse como condición que si me iba era con toda mi familia. Yo soy un espíritu libre y la prisión me hacía mucho daño, emocionalmente hablando. Así terminamos en España. Pero lo que quiero decir es que esa solución de salida expedita de Cuba fue una violación, porque fue algo que me impusieron ellos desde su posición de poder. Esa salida a quien más beneficiaba era al gobierno, por la presión que tenía en ese momento. Lo que nosotros siempre pedíamos era que nos liberaran a todos sin condiciones, lo mismo que pedimos ahora para los presos políticos que hay en Cuba. Tienen que liberarlos incondicionalmente y luego el que quiera salir del país que lo haga, porque a veces uno toma la decisión no solo por uno, sino también por su familia.

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Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.

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