Dariel Ruiz García: “Ningún ser humano está apto para vivir en las prisiones de Cuba”
Por Leonardo Fernández Otaño
Dariel Ruiz García tiene 50 años y es un hombre discapacitado. Le falta el pie izquierdo —usa una prótesis— y es miope. Cumplió condena como preso político en Cuba durante casi 2 años y medio, luego de participar en un cacerolazo en agosto de 2021, cuando lo acusaron de desorden público, desacato, incitación a delinquir y resistencia.
Oriundo de Aguacate, un pueblo ubicado en el municipio Madruga, en la provincia de Mayabeque, cumplió la mayor parte de su condena en la Prisión de Melena del Sur. Los meses finales los pasó en el campamento de trabajo forzado El Paraíso. Pese a que a mediados de enero de 2024 el régimen de La Habana le impidió abandonar el país, días después logró abordar un avión rumbo a Miami, Estados Unidos, donde vive actualmente con su familia. Desde allí, nos contó su experiencia como recluso del sistema penitenciario cubano.
Este texto forma parte de una serie de entrevistas realizadas por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas para registrar la experiencia de personas que han sido privadas de su libertad y contrarrestar la información oficial sobre la vida en las prisiones de la Isla.
¿Por qué motivo estuviste preso?
El 12 de julio de 2021 yo fui al parque de Aguacate a levantar mi voz. Hicimos una manifestación pacífica. No fui preso en esa ocasión pero sí tuve a la Seguridad del Estado vigilándome hasta que me detuvieron el 17 de agosto por participar en otra manifestación pacífica: un toque de calderos. Inventaron que había opuesto resistencia. Algo falso. ¿Cómo yo, siendo impedido y estando esposado con las manos atrás, voy a resistirme con una mano en el capó y otra en la puerta, como ellos declararon? En el juicio se los dije: tuvieron un año entero para decir una mentira y no supieron ni decirla.
¿Cuál fue la condena?
Me pedían 12 años, con sanción conjunta de 9; pero me condenaron a 2 años y 6 meses, de los que cumplí 2 años y 5 meses. Llegué a prisión el 17 de agosto de 2021 y salí el 15 de diciembre de 2023.
¿Qué pasó tras la detención?
Ese mismo día me llevaron para la estación de policía de Aguacate; después, para la de Madruga; y, al otro día, para la prisión del SIDA, en San José de las Lajas. Allí estuve más de una semana sin derecho a abogado ni a llamar a mi familia, que no sabía nada de mí. Cuando me llevaron para la Prisión de Melena del Sur, como a 40 kilómetros de mi casa, fue que me dejaron llamar. Para entonces creo que habían pasado más de quince días. Y como al mes y algo fue que pude hablar con un abogado.
¿Te interrogó la Seguridad del Estado estando preso?
Sí. Me preguntaban si había recibido algún pago del “imperio”, por qué había salido a protestar. Decían que yo era el líder de esas manifestaciones, pero yo salí para pedir la libertad del pueblo cubano y denunciar que eso es una dictadura.
¿Te agredieron las autoridades en algún momento?
Estando en la prisión del SIDA fui torturado, recibí golpes. Cuando me bajé de la perseguidora, los dos esbirros que me conducían me llevaron arrastrado frente a una pared, me dijeron que no mirara atrás y me dieron golpes. Supongo que no querían que mirara para no poder identificarlos. Había más personas ahí, pero el que más o menos estuvo al frente de la tortura es uno del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) llamado Naldito.
¿Fuiste discriminado por algún motivo estando en prisión?
Por mi opinión política. Había personas que me esquivaban por cómo yo pienso. No me lo decían abiertamente, pero evitaban cualquier tipo de conversación conmigo.
¿Cuántos reclusos convivían contigo en prisión y en qué espacio?
En la prisión completa, a veces eran 700, 800 personas presas. En mi destacamento llegaron a haber 130. El destacamento tiene unos 90 metros de largo por 20 o 30 de ancho, con seis o siete ventanas por cada lado y creo que tres o cuatro lámparas. De hecho, a mí se me agudizó el problema de la visión de tanta oscuridad. Primero está el cuarto del reeducador, luego el destacamento, con literas a ambas partes, separadas por unos 50 centímetros, más o menos. Al final hay dos departamentos donde tenemos los “jolongos”, que es donde guardamos lo que nos traen las familias. Después está el baño, que tiene un fregadero largo que los presos llenan de agua cuando la ponen, que es dos horas al día; y cuatro tazas turcas: dos para orinar y dos para defecar.
¿Les facilitaban artículos de higiene?
Al entrar, recibimos un jabón de lavar, un tubo de pasta y papel sanitario. Después todo eso fue desapareciendo. Ya en los últimos meses no recibíamos nada, decían que la situación estaba muy mala en el país. La familia tenía que abastecernos.
¿Y la higiene en general cómo es?
Pésima. Hay insectos, ratones, cucarachas, chinches que te chupan la sangre por la noche. Las sábanas amanecen llenas de sangre. No teníamos agua el día entero. De hecho, durante los últimos meses se rompió la turbina y nos abastecíamos a base de una pipa. Guardábamos una cubeta para bañarnos y dos pomos para tomar. El agua era pésima. El jefe de Cárceles y Prisiones de Melena del Sur, un tal Audi, decía que podía ser por los envases de nosotros, pero esa agua no se podía tomar, no estaba tratada, sabía a tierra.
¿Tenías alguna facilidad dentro de la prisión por ser discapacitado?
Ninguna. De hecho, para bañarme, tenía que sentarme encima de un cubo para quitarme la prótesis. Allí se cayeron no sé cuántos presos, porque el piso resbalaba. Había que caminar con mucho cuidado. ¡Imagina yo sin un pie!
No solo las personas como yo, con discapacidad, sino ningún ser humano está apto para vivir en las prisiones de Cuba. Las condiciones son pésimas, no hay ni medicinas. Yo tenía gracias a que mi familia en Estados Unidos me los hacía llegar. Cuando los demás tenían algún problema, algún dolor, yo era el que los asistía con medicamentos.
¿Cómo es la atención a la salud?
En la prisión había un puesto de enfermería y un médico a tiempo completo, pero era más bien para casos de emergencia. De hecho, a mí me atendieron por el problema del pie gracias a la presión que hizo mi familia. Me llevaron al Combinado del Este, me hicieron una placa y me dijeron que no tenía desgaste ni nada. Después, me regresaron a la prisión. Pero muchas personas no tienen ni esa posibilidad.
¿Usabas ropa personal o uniforme?
Desde que tú llegas, te imponen el uniforme. De lo contrario, incurres en indisciplina y pueden llevarte a juicio. A mí me dieron dos uniformes, con short y camisa. Tenías que lavarlos tú mismo el fin de semana y administrarlos durante el resto de los días.
¿Te daban también ropa de cama?
No. A los “benéficos”, que son aquellas personas que no tienen familia que las atienda, le daban sábanas y, cuando había frío, alguna que otra colcha. Pero los demás dependíamos de nuestras familias, incluso para tener instrumentos con los que limpiar.
¿Qué hay de la comida?
La bandeja tenía una higiene pésima, la cuchara tenías que llevarla tú. La cuota de arroz era una porción pequeña, un niño de 5 años se quedaría con hambre. Cuando daban sopa, era agua, muchas veces no llevaba ni fideos. Sopa de plátano, de calabaza. También daban una masa de croquetas, que le decían “pasta”, sin sazón sin nada. Estuvimos un par de meses sin sal. Teníamos que decirle a los familiares que nos llevaran un poquito para darle algo de gusto a la comida. El pan era una porción pequeña. A la semana daban un pedacito de pollo. Lo mismo con el pescado. Cuando lo hacían, el mal olor llegaba al destacamento. Casi nadie se lo comía, aunque había presos que no recibían atención de la familia y tenían que comérselo.
¿Cuáles eran los horarios de comida?
El desayuno, a las 6 de la mañana; el almuerzo, de 10 a 12; y la comida, de 4 a 6 de la tarde.
¿Los médicos inspeccionaban con frecuencia la higiene y la alimentación?
Ellos pasaban los viernes, pero no podían resolver nada. Los presos planteaban algunas cosas, aunque luego las autoridades tomaban represalias con quienes lo hacían. Querían que uno se quedara callado.
¿Podías coger sol y realizar ejercicios físicos al aire libre?
Teníamos una hora de sol de lunes a viernes; pero a veces se metían tres y cuatro días sin sacarnos. El ejercicio físico lo tenías que hacer por tu cuenta dentro del destacamento.
¿Te ofrecieron alguna posibilidad de estudiar o trabajar?
Había como una escuela, pero en realidad iban muy pocos y nadie aprendía nada. Ningún profesor daba clases de verdad. Eso es una farsa.
Respecto al trabajo, a los presos del 11J no les daban posibilidad de trabajar. Cuando me llevaron al campamento El Paraíso (antes Cuba-México), estuve llevando unos papeles, pero eso no llegó ni a diez días. Un oficial de apellido León se encarnó conmigo y no pude seguir.
Sí quiero denunciar las condiciones de trabajo a las que son sometidos los presos, que a veces tienen que limpiar surcos enteros y reciben solo 10 o 15 pesos. Y encima de eso, te descuentan la ropa, el pelado… No hay nada más cercano a la explotación del hombre por el hombre. El preso es un negocio en Cuba.
¿Viste a reclusos en situación de poder sobre otros?
Sí. Ahí existe un jefe de disciplina: un preso que pone el orden a los demás. Los oficiales lo eligen y él tiene que rendirle cuentas a ellos. A lo mejor es el más guapo, el que más tiempo lleva preso. Conocí buenos jefes de disciplina, pero si alguno no colaboraba con los guardias, lo quitaban rápidamente.
¿Recibiste un trato hostil de los oficiales de prisión?
Vi a infinidad de presos a los que maltrataban a diario. Aparte de caerles a golpes, hacían lo que llaman la “técnica de la bicicleta”: los esposaban atrás, les levantaban las manos y la cabeza hacia abajo. Vi a un compañero, que tenía problemas psicológicos y unas varillas en las rodillas, al que los guardias tiraron esposado de un segundo piso hacia el primero, y después hacia el otro, y con la misma lo llevaron para una celda, donde estuvo un mes sin tratamiento ninguno. No sé qué fue de la vida de él.
Pero represión como tal, contra mí, el día que me llevaron a la celda de castigo, que fue de manera injusta, simplemente porque mi familia me había pasado un Scotch Tape para ponerle a la tabla y evitar un poco los chinches. Como ellos me lo decomisaron, yo reclamé. Decían que le había faltado el respeto a un oficial, cosa que no fue así. Después, me quitaron los dos meses de estímulo.
O sea, que no se podían quejar…
No. Una vez, el esbirro Yunior [Lázaro Santana Figueroa], jefe de Cárceles y Prisiones de Mayabeque, fue a Melena y un preso del 11J, llamado Nilo [Abrahantes Santiago], preguntó cuándo venía el aseo, porque llevábamos un tiempo sin recibirlo. Yunior dijo que como él era del 11J no debía ni protestar, porque si fuera por él, los fusilaba a todos. Ahí no se podía plantear nada.
¿Cómo era la celda de aislamiento a la que te mandaron?
Tenía menos de 2 metros de ancho y de largo, con un baño turco. Nada más. Hubo presos políticos que fueron llevados varias veces a la celda de castigo hasta por tres meses, sin que sus familiares pudieran verlos, simplemente por no estar de acuerdo con el tratamiento que le daban a otro preso. Lo peor es que a veces los oficiales manipulaban a este preso para que virara la cosa al revés y ellos pudieran enjuiciar a los políticos.
¿Alguna vez te colocaron esposas u otros medios para inmovilizarte?
Sí, en la prisión del SIDA me pusieron un grillete. Después, cuando fui al juicio, me llevaron atado de la cintura y las manos. Y el día que me llevaron a la celda de castigo, fui esposado.
¿Supiste de alguna muerte o intento de suicidio bajo custodia del Estado?
Vi a varias personas intentar suicidarse, pero no llegó a suceder. Sí escuché que había ocurrido en otras ocasiones. El caso de muerte que yo presencié fue el de Kevin, un preso de Güines, a quien cinco guardias le cayeron a golpes al punto de hincharlo. No murió en el momento, pero al cabo del mes empezó a tener problemas, a no querer comer, parece que por tener un órgano dañado o algo. Pero no le hicieron caso a sus reclamos y murió. Ellos certificaron que fue por un problema de digestión, porque ahí los médicos, el tribunal y los de la prisión son todos parte del mismo régimen, de la misma dictadura. Los médicos tienen que decir lo que ellos quieran.
También vi a Jorge Luis Moreira Roja, un recluso de cierta edad de Madruga, que tenía cáncer en la garganta o el esófago y no le daban tratamiento. Le dieron la extrapenal a última hora. Poco después de salir, alrededor de septiembre de 2022, ya estaba muerto. El oficial que lo maltrató se llama Yunier León, del campamento El Paraíso.
¿Tus familiares sufrieron algún tipo de consecuencia por tu encarcelamiento?
Mi hijo, que convivía conmigo en aquel entonces, fue citado por la policía, siendo menor de edad, para interrogarlo en la estación del municipio Madruga.
¿Crees que las autoridades penitenciarias tienen la intención de reducir al mínimo las diferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad?
Para nada. Pienso que uno no se reeduca en prisión. Al contrario. Las prisiones de Cuba lo único que hacen es endurecerte el corazón. Hay una gran represión, los oficiales son bastante crueles. Y no hablo solo del preso político, sino de la totalidad de los presos. Hay personas que están presas injustamente, como mis compañeros presos políticos. De los que yo conozco, ninguno realizó hechos vandálicos. Pero se los pusieron y los condenaron a sanciones injustas. Su delito fue simplemente alzar su voz, pensar diferente.
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Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.