Entrevistas

José Luis Tan Estrada: “Villa Marista es un centro de tortura”

Por Leonardo Fernández Otaño

José Luis Tan Estrada (28) es un joven periodista independiente cubano radicado en Camagüey, su provincia natal. Graduado en 2021, optó por quedarse como profesor de varias asignaturas en la universidad. Al mismo tiempo, empezó a publicar un blog, llamado “Tanteando Cuba”, en el compartía trabajos de denuncia y de opinión crítica sobre la realidad cubana. Fue a partir de ese momento que comenzó a ser señalado y hostigado dentro y fuera de la universidad. Como resultado, apenas un año después de haberse iniciado como profesor fue expulsado de la Universidad de Camagüey por su “evidente distanciamiento de la ideología y los valores de la Revolución”.

Desde entonces, Tan Estrada ha colaborado con distintos medios independientes y participado en proyectos no estatales de ayuda a personas necesitadas. Por estas razones, que no cuentan con el visto bueno de las autoridades cubanas, ha enfrentado varios eventos de hostigamiento y represión que van desde ataques en redes sociales por parte de perfiles falsos hasta detenciones, interrogatorios y amenazas. 

Sin embargo, ninguno se compara con la detención que sufrió entre el 26 de abril y el 1 de mayo de 2024, cuando fue secuestrado por la Seguridad del Estado y recluido en Villa Marista, sede de ese aparato represivo en la capital cubana. En esta entrevista profundiza sobre las distintas violaciones de derechos humanos y métodos de tortura que vivió durante esa semana. 

Este texto forma parte de una serie de entrevistas realizadas por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas para registrar la experiencia de personas que han sido privadas de su libertad y contrastar la información oficial sobre la vida en las prisiones de la Isla.

¿Por qué motivo te detuvieron?

Según los represores de la Seguridad del Estado, porque yo iba para La Habana a impedir que las personas fueran a la actividad por el 1ro de mayo. Dicen que llevaba un maletín lleno de boletines y propaganda para eso. Pero en realidad fue por mi activismo, por mi periodismo independiente y por las labores humanitarias que realizo aquí en Camagüey.

¿Qué pasó ese día?

Yo iba en guagua para La Habana. Recuerdo que los represores subieron y dijeron en voz alta, casi gritando, que estaba detenido por la Seguridad del Estado por los delitos de mercenarismo e información falsa. Automáticamente, uno de ellos me puso las esposas. Las apretó y también las dobló, es decir, que tenía una presión doble sobre las muñecas. Me montaron en una patrulla carmelita del G2 con la cabeza entre las piernas. No pude levantar la cabeza hasta Villa Marista, porque si lo hacía o hablaba me decían que podía incurrir en un delito de desacato o desobediencia. 

Cuando llegué a Villa Marista, me metieron en un cuarto, me desvistieron, me dejaron desnudo por varios minutos, me dieron la ropa de preso —un short y una camisa desmangada con cuello, todo de color carmelitoso—, me dejaron unos minutos con otros presos en una celda y de ahí me llevaron esposado hasta la celda de aislamiento, que fue donde estuve el resto del tiempo.

 ¿Cómo era la celda de aislamiento?

Yo le llamo celda de tortura. Las ventanas estaban selladas herméticamente. No veía la luz del sol, por lo que no sabía si era de día o de noche. Tenía una lámpara encendida permanentemente, no se apagaba nunca. La habitación era pequeña, estrecha. Pasaba mucho calor. Tenía una litera de hierro con un colchoncito finito, muy incómodo, que me dieron para dormir. 

De la ducha caía constantemente una gota de agua. Yo trataba de cerrarla bien pero no había manera. Llegaba el momento en que los dolores de cabeza eran muy fuertes. El agua que salía de allí era malísima, churrosa,  contaminada. La taza del baño, si a eso se le puede llamar taza, en malas condiciones. El agua fría a cualquier hora. Las paredes churrosas, escritas por otras personas que habían estado ahí. Por ahí no pasaba nadie, nada más el que repartía la comida. Yo estuve una semana y nunca fueron ni a limpiar. Tú entras ahí y pierdes la noción del tiempo. Es como si estuvieras desaparecido. 

¿Te facilitaron artículos de aseo indispensable?

Para nada. Estuve lavándome la boca con el dedo toda la semana, y sin jabón ni máquina de afeitar. Salí todo barbudo de allí. Tampoco tenía jabón para lavar. 

¿Cuántas mudas de ropa te dieron?

Una sola, que tuve puesta toda la semana. De ropa de cama me dieron dos sábanas viejas y manchadas, nada más.

¿Tenías agua potable en la celda? 

No, tomaba el agua de la ducha, que venía sucia, contaminada. 

¿Cómo era la comida?

Poca y muy mal elaborada. La servían en una bandeja y un vasito de metal en malas condiciones. Daban unos chícharos que eran como un agua de balines, durísimos; un picadillo de soya malo, como echado a perder. En el desayuno daban como un membrillo, una cosa muy ácida, y un pancito como de cumpleaños, duro. Se pasa tanta hambre que uno tiene que llenarse con agua. Yo perdí como un kilo y medio de peso en la semana que estuve ahí. 

¿Cuáles eran los horarios de comida? 

No sabría decir porque allá adentro me desvirtuaron por completo el tiempo. Sí recuerdo que me daban el almuerzo y después venían y me decían: «arriba, el desayuno». Villa Marista es un centro destinado a torturar psicológicamente, y por qué no, también físicamente. 

Hablemos de las torturas. 

Primeramente, que te dejen en una celda de aislamiento es la principal tortura psicológica. Segundo, la distorsión del horario. Tercero, la luz permanente encima de ti, sin dejarte dormir. Cuarto, la gota de agua cayendo constantemente de la ducha, que estoy seguro de que era a propósito. También la mala alimentación, la falta de agua potable y comida, llevarte esposado de un lado a otro. Todas esas son torturas, y como no tienes un teléfono para grabar cómo actúan, ellos se sienten impunes. 

¿Cómo eran los interrogatorios?

Los interrogatorios eran siempre en un cuarto pequeño, cerrado herméticamente, con cortinas oscuras y dobles. Allí juegan con el tiempo, con el clima. Había un split. A veces lo ponían con la mínima temperatura y cuando el represor de la Seguridad del Estado me veía temblando decía: “¡qué clase de frío hay aquí!”, y lo apagaba y salía del cuarto. Al rato, cuando empezaba a sudar, entraba otro represor y decía: «¡qué clase de calor hay aquí!», y volvía a ponerlo con la mínima temperatura. Otra vez pusieron un periódico delante de mí, me sacaron de la habitación y cuando me volvieron a entrar había otro periódico con otra fecha, como para torturarme psicológicamente. 

Había un represor que jugaba a ser el policía bueno. Me decía que me fuera del país, que afuera podía ser un buen periodista. Entonces venía otro a decirme que aquí en Cuba no voy a ser nadie, que ellos no lo van a permitir, y así sucesivamente. Me amenazaron con mis labores de ayuda. Decían que así trataba de subvertir políticamente a las personas. Trataban de denigrarme moralmente al decirme que yo no era periodista porque no trabajaba para ningún medio oficialista. Acusaban a los medios donde colaboro, como Cubanet, de mercenarios, de estar enfocados en atacar los logros de la Revolución. Todo por tal de que dejara de hacer periodismo y, principalmente, de ayudar a las personas. 

¿Cuántas personas había en los interrogatorios?

Siempre era uno. Me interrogaron como tres personas, incluyendo una mujer, siempre vestidos de militar, pero ni siquiera se presentaron con seudónimos. Uno de ellos me dijo que me iba a pudrir ahí.

¿Te dejaron saber en algún momento tus derechos?

Al inicio me pararon frente a un mural y me dijeron que leyera los derechos y deberes que tienes al estar ahí. Solo eso.

¿Crees que ahí los prisioneros pueden recibir tratos diferentes?

No creo. Villa Marista es un centro de tortura, un cuartel diseñado para cometer crímenes y violaciones, como hacen ellos.

¿Cómo es la atención médica allí?

Cuando entré, vino una enfermera a preguntarme de qué padezco —tengo problemas en el estómago, gastritis, una úlcera, una hernia— pero no la volví a ver más nunca. Incluso, pedí verla una vez porque tenía acidez debido a mi gastritis, a la mala alimentación y al agua contaminada, y nada. Ni siquiera vi a un médico. La experiencia de otros presos políticos es que allá adentro se agudizan las enfermedades, porque no hay ni las condiciones ni la atención requerida. A ellos no les importa que tú tengas alguna enfermedad. Cuando estás preso, simplemente no tienes derechos ni valor. Te tratan peor que a un animal. 

¿Allá dentro pudiste acceder a información sobre tu caso? 

No. De hecho, el día que me sacaron me vine a enterar de que tenía una multa de 4.000 pesos por el supuesto delito de instigación a delinquir.

¿Tu familia sufrió alguna consecuencia por tu encarcelamiento? 

Los vecinos me dijeron que mi cuadra permaneció varios días vigilada, con personas que se paraban frente a mi casa.

Según tu experiencia, ¿crees que las autoridades penitenciarias tienen la intención de reducir al mínimo las diferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad, como debería ser su objetivo?

Para nada. Ellos te tratan en prisión peor que como te tratan en libertad. Allí es donde más aprovechan para emplear todos sus métodos de represión.  

***

Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.

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