
Por: Leonardo Fernández Otaño
Leonardo Romero Negrín es un joven de La Habana que se hizo conocido el 30 de abril de 2021, cuando fue detenido por sumarse a una protesta pacífica en solidaridad con el artista contestatario Luis Manuel Otero Alcántara con un cartel que rezaba “Socialismo sí, represión no”. Desde entonces, ha sido noticia varias veces por sus manifestaciones pacíficas, su apoyo a activistas y familiares de presos políticos y por el hostigamiento continuo en su contra por parte de las autoridades cubanas.
Otro ejemplo de esto ocurrió el 11 de julio de 2021, durante las protestas antigubernamentales, cuando Romero fue detenido violentamente una vez más por proteger a un estudiante que estaba siendo golpeado. Como resultado, pasó alrededor de una semana en la Prisión Jóvenes del Cotorro, donde fue víctima de maltratos y numerosas violaciones de derechos humanos. Debido a todas estas situaciones, en marzo de 2022 anunció su salida de la Universidad de La Habana, donde cursaba la carrera de Física, como una forma de denuncia sobre la situación del país.
En esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas, Romero repasa las circunstancias de las detenciones sufridas el 30 de abril y el 11 de julio de 2021, así como las irregularidades y violaciones de derechos experimentadas por él y otras personas a manos de las autoridades cubanas y, en especial, de oficiales de la Seguridad del Estado.
¿Cuándo te detuvieron por primera vez? ¿Qué pasó esa vez?
Fue el 30 de abril de 2021, cuando la manifestación en Obispo y Aguacate en apoyo a la huelga de hambre de Luis Manuel Otero Alcántara por el robo de sus obras por parte de la Seguridad del Estado. Primero me llevaron para la estación policial de Cuba y Chacón, después para la de Infanta y Manglar, y de ahí para la de Santiago de las Vegas. Ahí estuve 24 horas, hasta que me liberaron con una supuesta medida cautelar.
Pero ese mismo día, 1 de mayo, como a las siete de la tarde, me llama un agente de la Seguridad del Estado para decirme que van a buscarme porque hubo un problema con unos papeles, supuestamente nada de lo que preocuparse. Me regresan para Santiago de las Vegas y a medianoche me dicen que no podían liberarme porque había una irregularidad. Entonces me detuvieron 72 horas por un supuesto delito de desorden público.
Ahí fue impactante el trato con la Seguridad del Estado, darse cuenta de cuán vulnerables somos ante el aparato represivo y las artimañas que utilizan, violando incluso las leyes que ellos mismos establecen a conveniencia. Esos días los pasé en una celda de tres metros de largo por dos de ancho, con dos literas a cada lado y un bañito en malas condiciones en la parte de atrás. No podías caminar más de seis pasos.
Cuando se iban a cumplir ya las 72 horas, el fiscal llegó y me impuso reclusión domiciliaria. Me liberaron a las cuatro de la mañana y me llevaron para mi casa. Tenía que estar recluido, sin poder moverme, vivir con vigilancia, ir a citaciones.
Hablemos del 11J.
Ese día me detuvieron con violencia sobre las dos de la tarde. Entre varias personas me llevaron cargado para una estación policial. Ya adentro, en el lobby, empezaron a decirme “Manifiéstate ahora, maricón” y me cayeron a patadas por todas partes. Después me llevaron para un patio y me dieron un tablazo.
A la mañana siguiente nos llevaron para la Prisión Jóvenes del Cotorro, que estaba inhabilitada. Tuvieron que usarla porque al parecer no tenían dónde meter a tantas personas. El camión que nos trasladaba era muy pequeño, hermético. Hubo gente que se desmayó por la falta de aire. Cuando llegamos, había hileras de policías esperándonos. Uno me quitó la cinta que tenía para recogerme el pelo, me dijo que eso era de maricones y me dio un pescozón en la cabeza. Otros han contado que les cayeron a golpes.
Después nos entraron a una sala muy grande y pusieron a todo el mundo pegado a la pared, pero de frente, durante más de una hora. Ahí vi mucho maltrato, abuso de poder, impunidad, burla. Había militares con más de una estrella mirando todo. A un señor le mandaron a quitarse la ropa. Cuando lo empezó a hacer, un oficial le dijo que no tenía pudor y le cayó a tonfazos. Yo me despegué un poco de la pared, porque estaba cansado, y un oficial me dio y me cogió por el pelo. A otro muchacho, que estaba esposado doblemente, dos oficiales le cayeron a galletas mientras se reían. Otra persona preguntó algo y le metieron la cabeza contra una ventana de metal.
¿Te leyeron tus derechos allí?
No. De lo contrario, no les hubiese resultado tan fácil violarlos. No me hubiesen impedido decirle a un médico que quería hacer una denuncia por todos los golpes que había recibido, como hicieron, porque enseguida me sacaron del lugar a empujones. El oficial que me tomó la declaración tampoco hubiese podido negarse a tomar mi denuncia. No nos explicaron por qué delito estábamos detenidos, ni el proceso que iban a seguir con nosotros, ni nos dieron garantías de que nuestras reclamaciones obtuvieran respuestas.
En los interrogatorios, a muchas personas les preguntaban si estaban dispuestos a dar las claves de sus teléfonos y borrar los videos que tuvieran, al parecer para que no salieran más evidencias de los maltratos y violaciones de derechos. Muchas decían que sí porque supuestamente eso iba a representar una reducción de sus condenas. No querían dar declaraciones y ocultaban los golpes que tenían.
¿Te interrogaron a ti?
Prácticamente todos los días. Primero me interrogó un instructor penal, que ese es quien te toma la declaración sobre por qué estás detenido. Luego fue un muchacho de la Seguridad del Estado, según me dijo. Sus preguntas eran más políticas e incisivas, como para buscarme cierta culpabilidad. Quería saber qué había hecho yo el 11J, por qué había caminado por donde lo hice, por qué me había metido en la manifestación si yo estaba en reclusión domiciliaria. También me pidió la clave del teléfono y me amenazó cuando no se la di.
¿Cómo fue el trato de los guardias el resto de los días?
Ellos aparecían cuando les daba la gana, nos ofendían, nos humillaban y nos maltrataban. Si querían, entraban a la celda, te sacaban entre cuatro y te caían a golpes. Por ejemplo: una noche, tarde ya en la madrugada, había varios detenidos conversando tranquilamente en sus literas. Ellos vinieron y dijeron que todo el mundo tenía que estar callado y acostado. Un muchacho dijo que prefería no acostarse porque tenía un dolor en la espalda y al momento entraron tres guardias, lo sacaron de la galera, se lo llevaron para un pasillo, le entraron a golpes y lo regresaron entre amenazas y ofensas. El muchacho se acostó y no dijo ni media palabra.
¿Te sentiste discriminado estando allí?
Políticamente, sí. Pero a la vez hay una diferencia. Si tú cuentas con cierto apoyo o visibilidad mediática, les cuesta más poder procesarte. Según sus leyes, yo debería estar preso. Si estoy en libertad es gracias a las personas que se solidarizaron con mi caso. Pero quienes no tenían visibilidad mediática ni preparación política eran más fáciles de procesar. Sobre todo quienes tenían causas penales anteriores, porque los amenazaban con revocarles las sanciones. Era una manera de amedrentarlos y obligarlos a colaborar, a borrar videos, a decir que no recibieron maltratos. También les hacían ofensas machistas, homofóbicas, para amenazarlos y humillarlos. Les decían “Ustedes son unos singaos”, “Les vamos a meter el bastón por el culo”, “Sigan comiendo pinga”, ese tipo de cosas.
¿Viste a reclusos con posición de poder sobre otros mientras estuviste detenido?
En Jóvenes del Cotorro había tres o cuatro personas que tenían un comportamiento muy raro, como de apaciguamiento, de evitar que las personas hicieran reclamos a las autoridades. Cuando un jefe de prisiones fue a vernos como al tercer día, yo le dije que quería hacer una denuncia por los golpes que nos habían dado, porque los demás oficiales no habían querido escucharnos. Y una de estas personas me dijo que no reclamara más, que lo que hacía falta era agua y comida. Esas mismas personas llegaron a intimidar a otras en ciertos momentos.
¿Cómo eran las condiciones del lugar?
En la galera éramos alrededor de 70 personas. Había dos hileras de literas y un espacio en el medio para caminar. Hacía mucho calor. La suerte es que la galera tenía ventanas. El baño estaba en pésimas condiciones. Tenía cinco tazas que tuvimos que limpiar nosotros mismos y solo servían dos o tres. Las duchas también estaban tupidas. Para bañarnos teníamos que salir a un patiecito y tupir el lavadero, para que se desbordara. Pero los primeros días no nos pudimos bañar, no tuvimos papel sanitario ni pasta de dientes, y dormíamos sobre el colchón pelado. Todo eso nos lo dieron después, como al cuarto día.
También nos dieron el uniforme: un shorcito y un desmangado; sábanas y una toalla. Ese día vinieron las cámaras de la televisión. Nos pusieron en filas y una persona empezó a poner en un grupo aparte a quienes tenían golpes visibles en el rostro u otras partes del cuerpo. Querían dar una imagen de que todo estaba bien y en orden con las personas detenidas. Un paripé.
¿Cómo era la alimentación? ¿Les garantizaban agua para tomar?
El agua no era potable. Salía de un tubito del baño. Tenías que coger un vaso de plástico y pegarlo a la pared para llenarlo y guardarlo para la noche. En cuanto a la comida, lo primero es que a nosotros no nos llevaban a un comedor, porque el lugar no estaba habilitado para tantas personas. Nos llevaban a la celda unas cajitas de cartón con la comida, un tenedor y un vasito plástico. Nos daban arroz, boniato, un huevo hervido, chícharos o frijoles, todo mal cocinado. Por la mañana nos daban un refresco o agua de mermelada, más agua que otra cosa, y con suerte un pan.
¿Había atención médica garantizada?
Había personas a las que evidentemente les dieron atención médica al inicio, porque traían yesos, puntos en la cabeza, ese tipo de cosas. Pero no nos hicieron ningún chequeo ni nada por el estilo, y si trajeron médicos fue porque nos pusimos duros con eso. A las personas que lo solicitaban, los llevaban a un “policlínico” que en realidad era una celda que habilitaron para eso, pero en realidad ahí solo podías quejarte de alguna dolencia o golpe.
En los interrogatorios ellos te preguntaban si padecías de alguna alergia o enfermedad, pero eso no servía de mucho, porque a las personas que necesitaban tomar ciertos medicamentos por lo general no se los dieron, al menos durante la semana que yo estuve allí.
¿Conviviste con alguien que tuviera alguna discapacidad o necesidad especial?
Sí. Había un muchacho que tenía que consumir medicamentos para los nervios, y como su familia no podía llevárselos, tuvo algunos brotes psicológicos y varios problemas por eso con los oficiales de guardia, que le daban golpes. También estuve con un señor mayor de La Güinera que tenía un padecimiento de la piel y la pasó muy mal allá adentro, además de que llegó con golpes y hematomas.
¿Tenías comunicación regular con tu familia durante tus detenciones?
La vez del 30 de abril pude hablar con mi familia como al segundo o tercer día, que habilitaron un teléfono celular para que llamara, aunque en realidad ellos querían ponerme en contacto con mi familia para que desistiera de la huelga de hambre y sed y no ocasionara más problemas. Pero cuando el 11J no tuve contacto con mi familia hasta que salí del centro, una semana después de haber entrado.
¿Cuándo te liberaron y qué pasó después?
Fue el 17 o 18 de julio. De repente me dicen que salía en libertad y me quedé asombrado, porque no lo esperaba. Cuando me van a sacar, el oficial que no me dejó hacer la denuncia con el médico pregunta para dónde me llevan y dice que él tiene órdenes de que yo no puedo salir de allí. Hay un intercambio entre ellos y finalmente salgo.
Cuando voy llegando a mi casa, mi pareja me cuenta que durante los días que estuve detenido un oficial de la Seguridad del Estado le había dicho que me iban a poner en libertad con la única condición de que me quedara quieto, callado. Entonces entiendo que me liberaron por miedo a la presión internacional. Pero yo no me iba a quedar callado. Es entonces que llamo a la profesora Alina Bárbara López Hernández y le doy mi testimonio para La Joven Cuba.
Cuando sale publicado, me llama la gente de la Seguridad del Estado, muy molesta. Dos días después, estaba fuera de mi casa, en la acera, conversando con mi abogado, cuando llegan dos autos de la Policía y me detienen bruscamente. Me hicieron una llave, me esposaron, me metieron dentro de la patrulla, la cabeza entre las rodillas. Me llevaron para la estación de Zanja, me amenazaron, me advirtieron que estarían vigilándome y me liberaron por la noche.
¿Has tenido más problemas después?
Después de eso, he recibido amenazas de todo tipo, incluso de prisión. Me han llamado por teléfono para decirme que no puedo salir de casa, me han puesto patrullas para vigilarme. Una vez pusieron al oficial “Jordan” para que me siguiera a todas partes. Me dijo que quería hablar conmigo, pero yo no quería hablar con él, así que empecé a caminar. En un momento dado, cuando doblo una esquina, me agarró y arrinconó contra una pared, pero enseguida salieron unos vecinos y me soltó por miedo a que lo filmaran.
El 11 de julio de 2022, un año después de las protestas del 11J, yo estaba en casa de un amigo mío, en Lawton, y allá fueron a poner una patrulla para que no pudiera moverme. También me han detenido otras veces, como cuando hicieron los juicios a los manifestantes de La Güinera, o cuando los padres de algunos presos políticos hicieron una protesta pacífica en la Catedral de La Habana.
¿Tu familia y amigos han sufrido represalias por su relación contigo?
Sí. Algunos amigos, que muchas veces no tienen nada que ver con la política, se han visto afectados, incluso en sus centros de trabajo. Un día, un amigo venía a traerme algo de comida y a mitad de camino lo interceptaron, lo metieron en un carro, lo amenazaron y le pidieron colaborar. A otros amigos de la universidad los citaron en sus propias facultades, los amenazaron, les pidieron información sobre mí y que me vigilaran. También han venido a mi barrio a intimidar a los vecinos para que no se solidaricen conmigo.
¿Presentaste alguna queja después de tu liberación?
La queja la hizo mi papá, porque varias personas que salieron liberadas antes que yo llamaron a mi casa y contaron mi situación. Cuando salí, me hicieron un interrogatorio en la estación de Zanja, donde me filmaron. Querían que contara mi versión de los hechos sobre los golpes y los maltratos recibidos. Luego tuve que dar testimonio ante Fiscalía Militar en el Edificio Varona de la Universidad de La Habana y me llevaron a Medicina Legal para hacer un paripé, porque lo único que hicieron fue poner a una persona a copiar textualmente un análisis clínico que me había hecho antes en el Hospital Calixto García. Ellos podían hacer un análisis propio, porque todavía me quedaban marcas, secuelas, pero no. Fue muy irregular todo.
Sí me sorprendió que en Fiscalía salió a relucir el diagnóstico que hizo el médico de la Prisión Jóvenes del Cotorro sobre los golpes que había recibido. No esperaba que ese papel existiera, pero parece que era tan evidente y había tantos testigos que se dieron cuenta de que, de negarlo, se iban a desacreditar solos. Entonces escogieron el mal menor: admitir lo que decía el médico y el análisis clínico sobre los golpes. No obstante, dijeron que no podían determinar con precisión quiénes habían sido los oficiales que me habían golpeado. Al que sí identificaron, el que me dio el tablazo en la estación policial de Dragones, supuestamente le iban a poner una medida provisional, aunque no explicaron más. Pero al final sigue trabajando allí, porque yo mismo lo he visto.
Mi objetivo, más que nada, era dejar por escrito una denuncia y que ellos supieran que no pueden actuar con total impunidad mientras haya personas dispuestas a reclamar sus derechos y a utilizar sus propias herramientas legales, por más corruptas que sean. Yo no tenía esperanzas de que eso llegara más lejos, pero sí que la denuncia quedara documentada.
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Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.