Mario Miguel García: En la prisión, “a los del 11J nos decían ‘los revoltosos”
Por: Leonardo Fernández Otaño
Mario Miguel García (42 años) es un cantautor cubano actualmente exiliado en Buenos Aires, Argentina. Se vio obligado a ir allá luego de ser encarcelado por sumarse a las protestas del 11 de julio de 2021 (11J) en Bejucal, Mayabeque. Estuvo trece días en reclusión, la mayor parte del tiempo en el centro conocido como Prisión del SIDA, ubicada en San José de las Lajas. Allí estuvo incomunicado con el exterior y mal atendido, pese a haberse contagiado con el covid-19. Sufrió discriminación política y religiosa y malos tratos por parte de las autoridades penitenciarias, además de presenciar golpizas y castigos denigrantes a otros presos.
En Buenos Aires sigue denunciando la situación política de Cuba y forma parte de una agrupación llamada Atemporal Trío, en la que canta junto a otros músicos de la Isla. Desde allá, responde algunas preguntas del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas.
¿Por qué motivo estuviste preso?
Por manifestarme pacíficamente el 11J junto a otras personas de mi pueblo. Cuando me detuvieron me dijeron que solamente querían hablar conmigo y que me iban a esposar por protocolo, pero estuve preso 13 días, del 12 al 25 de julio de 2021.
¿Adónde te llevaron?
Primero estuve preso en la estación de policía de Bejucal. Esa misma tarde me trasladaron al Técnico de San José de las Lajas. Allí me dijeron que iba a permanecer por tiempo indefinido porque iban a hacer un proceso investigativo sobre mi participación en las protestas, pero al otro día di positivo al covid y me llevaron para la Prisión del SIDA, también en San José de las Lajas.
¿Cómo eran las celdas en esos centros penitenciarios?
En el Técnico nos tenían a cuatro personas en una celda en muy mal estado, de unos pocos metros cuadrados, toda tapiada, donde casi no se podía caminar ni respirar. Tenía dos literas a los lados, hechas de cemento. Cada una tenía encima un colchón de espuma tan fino que era como si durmieras sobre el cemento. La celda era muy calurosa, solo tenía un pasillito donde no cabíamos los cuatro juntos. A veces nos turnábamos para acostarnos un rato en el suelo, porque por donde único entraba un poquito de aire era por debajo de la puerta. Atrás había un baño, aunque nunca tuvimos agua. Un olor horrible.
En la prisión del SIDA, primero estuve aislado en una celda del tamaño de un aula escolar. Al tercer día nos pusieron a todos los enfermos en un mismo bloque, un poco más grande aunque con un solo baño. Éramos unos ocho, incluidos presos comunes, aunque estos últimos eran pocos. Ya en los últimos días nos trasladaron a varios a una celda más chiquita. Había un foco amarillo, incandescente, que no apagaban por la noche. Teníamos que dormir con la luz encendida, como si el calor y los mosquitos no fueran suficiente. Allí la ducha botaba agua constantemente y como todo estaba tupido, esa agua se quedaba media estancada y hacía como una nata cuando se mezclaba con el jabón. Sobre esa nata caminábamos todo el tiempo. El inodoro no funcionaba.
¿Los médicos inspeccionan la higiene?
No. De hecho, muchas veces los médicos nos trataban igual que los guardias: mal o de una forma bastante impersonal. Cuando nos hacían el hisopado, varias veces nos sacaron sangre de la nariz.
¿Tenías acceso a agua potable?
El agua era de la ducha y sabíamos que venía de tanques viejos, llenos de moho y mugre.
¿Te facilitaron artículos de aseo?
Nada. Lo poco que tenía conmigo fue gracias a mi familia, que me envió un jabón, una sábana y algo de ropa. Hubo cosas que me las entregaron después y otras que no dejaron pasar.
¿Cómo era la limpieza de las celdas?
Al segundo día de estar en la Prisión del SIDA, uno de los guardias me dio un trapo y una cubeta para que limpiara mi celda, supuestamente porque habría una inspección que jamás llegó. Después de eso no se habló más de limpieza. Los baños estaban en tan mal estado que era imposible limpiarlos.
¿Te hicieron exámenes médicos?
En el Técnico de San José una enfermera me preguntó si padecía de algo, pero nada más. Cuando uno de mis compañeros dio positivo al covid, se lo llevaron y trajeron a otro preso sin hacernos exámenes ni nada. Al otro día, dije en la mañana que me sentía mal, pero no fue hasta el mediodía que me sacaron de la celda para hacerme el test rápido. Después fue que me llevaron para la prisión del SIDA. Ahí me empezaron a hacer tests un día sí y un día no, me daban una pastilla y también me inyectaron. No obstante, a veces nos escondían los resultados del hisopado, nos mantenían con esa duda. Había gente que se quejaba de sentirse mal, presos comunes que llamaban toda la madrugada a la enfermera, pero ella no venía, a pesar de que estábamos en un bloque próximo a la enfermería.
¿Qué hay de la comida?
Yo agradezco haber perdido el olfato y el gusto en esos días por el covid, porque la comida tenía una calidad pésima. No encuentro un adjetivo mejor que “vomitiva”. A veces nos decían en broma: “se salvaron, hoy hay carne”, pero lo que nos traían era grasa de cerdo mal cocinada o un picadillo que era una cosa vomitiva. El arroz, sucio. A los que teníamos covid nos daban de desayuno un pan pequeño, duro y viejo; un huevo hervido y un agua con algo que parecía chocolate. Todo muy precario. De hecho, durante unos días comimos con unos palitos que nos encontramos, porque no teníamos cucharas o nos daban tres o cuatro para seis u ocho personas.
¿Te sentiste discriminado en la prisión?
A los del 11J nos decían “los revoltosos”. Hacían hincapié con eso delante de los presos comunes, como para mandarles un mensaje de que si había algún evento violento o represivo contra ellos, tal vez tenía que ver con nuestra presencia. Con nosotros había un gesto particular de desprecio. No tengo conciencia de haber sido mirado antes así. En la celda había un muchacho acusado de hurto de carne y a ese chico ni lo miraban, pero cada vez que un guardia pasaba, se metía con nosotros.
¿Te permitieron recibir atención espiritual o asistencia religiosa?
No. De hecho, cuando el padre de mi comunidad y algunos amigos fueron al Técnico de San José a vernos, no fueron bien tratados, según me contaron después. Primero, un guardia de la prisión le dijo que no podía entrar con la sotana, hasta que un mayor intercedió. Luego le dijeron que no podía tener acceso a nosotros porque estábamos bajo un proceso investigativo.
¿Recibiste algún maltrato por parte de los oficiales?
Maltratos hubo siempre. Cuando nos llevaban de la estación de Bejucal para el Técnico de San José, el policía que iba en el asiento del copiloto nos hacía gestos, nos provocaba. Cuando llegamos, sacaron al otro muchacho y a mí me dejaron dentro de la patrulla, con un calor tremendo. Ya yo había escuchado sobre ese tipo de tortura: la perseguidora horno. Creo que allí estuve más de una hora. Tenía mucha sed. Pedí agua y no me hicieron caso. De hecho, no me dieron agua hasta el día siguiente, cuando di positivo al covid y me llevaron para la Prisión del SIDA. Allí había un portal repleto de guardias de ambos sexos, todos con sus uniformes. Nos hicieron desnudarnos delante de todos. A los que estábamos enfermos no nos tocaron, pero hubo un muchacho al que molieron a golpes delante de mí. Otro día estaba mirando desde lejos a una fiscal que estaba hablando con un muchacho y uno de los guardias me dijo una cantidad de improperios que no correspondían.
¿Te esposaron alguna vez?
Sí, cuando me trasladaron del Técnico a la Prisión del SIDA. El oficial me puso las esposas atrás, bien apretadas. Fue entonces que una oficial política me trajo un pomo con agua y le dijo al oficial que me las pusiera delante, para que pudiera tomar agua. A otros presos los vi con “shakiras”.
Además de la golpiza de antes, ¿viste otros maltratos contra los demás presos?
Sí. A varios presos los sacaban de madrugada a marchar y les obligaban a gritar “¡Viva Fidel!”, “¡Viva la Revolución!” y esas cosas. Los amenazaban con golpearlos si no lo hacían. Nosotros escuchábamos los golpes en la celda y protestábamos. Era como una tortura psicológica. Eso se repetía prácticamente todas las noches. Conocí a un chico de 15 años al que golpearon en plena vía pública, junto a otro, mientras los trasladaban a la prisión. Cuando lo pusieron en libertad, la madre lo obligó a callarse. También recuerdo a una muchacha de Batabanó, que tendría unos 17 años, a la que llevaron descalza a la prisión. Un hombre la arrastraba por los pelos y ella gritaba, tratando de defenderse. En los últimos días, comenzamos a sentir que en las madrugadas los presos empezaban a aplaudir. Luego supimos que era porque estaban liberando a los primeros. Fue un hilo de esperanza para nosotros.
¿Fuiste interrogado por agentes de la Seguridad del Estado?
Sí. La noche que pasé en el Técnico de San José fui interrogado por dos oficiales jóvenes y uno de los jefes de ese establecimiento. Primero me llamaron para un cuarto que parecía un estudio antiguo de radio. Me hicieron fotos, vieron mi tatuaje y me mandaron para la celda. Como a las 11 o 12 de la noche me volvieron a sacar y me dejaron en un lugar donde hacía un frío horrible. Cuando la temperatura empezó a hacer lo suyo, ellos entraron y se pusieron a hacerme preguntas. Habremos estado ahí por lo menos dos horas. Después, cuando me dieron prisión domiciliaria, tuve que trasladarme un par de veces al Técnico de San José para someterme a otros interrogatorios.
¿Podías comunicarte regularmente con tu familia en la prisión?
Jamás. El 11 de julio mi esposa estaba en Santiago de Cuba. Mientras estuve preso no supe nada de ella, ni si ella estaba al tanto de mi situación.
¿Tu familia sufrió alguna consecuencia por tu encarcelamiento?
A mi prima la llamaron para amenazarla por algunos comentarios que puso en redes sociales.
¿Te entregaron en tiempo y forma los documentos relacionados con tu proceso penal?
Sí, aunque no sé si fue porque el sacerdote de nuestra comunidad buscó a dos abogados para que nos representaran. La que me tocó a mí es muy respetada en la provincia, pudo acceder bastante rápido al expediente. Cuando me liberaron estuve a la espera del juicio, pero todo terminó con una multa de 5.000 pesos cubanos.
¿Qué piensas cuando recuerdas tu experiencia como en prisión?
Creo que todo fue una exageración, para mí y para los demás. Creo que no teníamos que haber estado en ningún centro penitenciario. Ahí había menores de edad, personas mayores, chicas. Todo el tiempo te hacen creer que acabas de cometer el peor de los delitos y que tu futuro va a ser horrible a partir de ese momento. Te crean incertidumbre, te amenazan, te hacen creer que te va a ir muy mal.
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Esta entrevista del Centro de Documentación de Prisiones Cubanas fue publicada originalmente en Diario de Cuba.